SEMINARIO DE CIENCIAS SOCIALES Lectura Nº3 -ESP 2012
Saludos. Aquí va la tercera lectura. Después de comentar, realizar un resumen, no mayor de 500 palabras sobre las implicaciones de la posmodernidad en el pensamiento latinoamericano.
Pensar la posmodernidad
por Roberto Follari (*)
A pesar de
evidentes diferencias, es cierto que quienes sostenemos la existencia de lo
posmoderno en la actualidad, compartimos algunos diagnósticos con autores que
rechazan a la noción de posmodernidad y critican a quienes la sustentamos. A
menudo concordamos sobre aspectos centrales de la contemporaneidad política,
como la pérdida de capacidad crítica de muchos intelectuales, y el
atolondramiento colectivo inducido en gran medida desde el peso constitutivo que
hoy guardan los mass media.
Pero la lectura teórica de la relación de
estas cuestiones con la de lo posmoderno, es definidamente diferente. Y ello, en
la medida en que tales autores muestran (como es habitual en quienes hablan
desde un racionalismo ?antiposmoderno?) una radical incomprensión del fenómeno
sobre el cual se establece la discusión.
Lo vamos a señalar
sumariamente, dado que son cuestiones que he desarrollado ya en diferentes
contextos, y que también han expuesto otros autores en algunos casos (1). La
lectura por nosotros planteada sobre lo posmoderno ya en 1989, ha alcanzado
ciertos puntos en común con la sugerente interpretación que ?por su propia
parte- plantea Fredric Jameson al respecto (2).
1.Lo posmoderno no es
?lo contrario? de lo moderno, sino su rebasamiento (Vattimo). Es la modernidad
misma que en su autocumplimiento invierte sus modalidades y efectos culturales.
El descrédito de la razón, la ciencia y la técnica no ha surgido de una
?negación simple? de estas, sino de su concreción histórico-factual, de su
realización.
Lo anterior, trabajado ya por Heidegger en Sendas perdidas
(3), implica que la modernización científico-técnica continúa, y que su
deslegitimación proviene precisamente de su exacerbación y despliegue. Por
tanto, es erróneo culpar al irracionalismo de la caída del prestigio de la razón
y el fundamento. Estos han caído como fruto del avance científico y técnico a
cierto nivel de su presencia en la organización de la vida social.
La
televisión, el Internet, los viajes intercontinentales en pocas horas, los
videojuegos, son todos efectos tecnológicos de la modernización que carnavalizan
la percepción y destituyen el yo centrado, en el sentido de la mentalidad
posmoderna. Todo ello es fruto de la modernidad racionalista, como lo son
también las totalizaciones universalistas de la razón que llevaron a su negación
por vía de la reivindicación de lo singular y de la diferencia. E incluso es a
la modernidad misma a quien se deben las negaciones antirracionalistas que
desembocaron en estado práctico hacia lo posmoderno: las vanguardias artísticas
enfrentaron el autoritarismo de las nociones burocráticas del tiempo, el espacio
y la representación. Hoy, estetizan la existencia, pero desde la banalización
que la publicidad televisiva realiza de aquellos intentos artísticos de
rebeldía. Esta pérdida del impulso emancipatorio opera precisamente por el
fracaso de la razón para hacer del progreso, la libertad y la solidaridad otra
cosa que buenas palabras, en nombre de las cuales a menudo se escondieron el
totalitarismo y la barbarie. Hoy se hace difícil convencer de las bondades de
esos valores, si no se es capaz de problematizar su vigencia en relación con las
nuevas realidades socioculturales.
Lo anterior importa que los
?racionalistas? suelen ignorar el lugar decisivo que le cabe a la razón
universalista en su propio colapso. No advierten la necesariedad del proceso
histórico de autocumplimiento por el cual la razón organizó la cultura, y
produjo su necesaria negación primera y rebasamiento posterior. Es el proyecto
científico-técnico de dominio del mundo ?aquel al cual la razón occidental se
liga- el cual ha promovido como resultado ?en su propia imposición- una cultura
que resiste a sus principios iniciales. La cultura posmoderna no existe porque
existan autores que estudien lo posmoderno, o que sean posmodernistas (ambas
cosas, por cierto, no son necesariamente lo mismo): existe porque hay factores
estructurales que llevaron al agotamiento de los efectos progresivos de la razón
moderna.
2.Retomando el punto anterior, no es que exista cultura
posmoderna como fruto de la mala enseñanza de filósofos y artistas
posmodernistas. Pensar esto, es situarse en el peor de los espiritualismos, que
pondría a la teoría en un lugar de constitución de opinión pública y de estilos
colectivos de existencia que está a años luz de poseer (y no sólo en esta época
de descrédito de lo intelectual). Nunca la teoría ha sido otra cosa que un fruto
conceptualizado de tendencias culturales en acto en la sociedad. De modo que
poco se ganaría con acallar las voces de los autores posmodernistas: la cultura
posmoderna de lo visual, el universo cotidiano ?light?, no dependen en absoluto
de ellos.
Por tanto es en el plano práctico-político, en el espacio
colectivo de la construcción de opinión, donde debe trabajarse la cuestión. Pero
asumiendo que no hay lugar para el simple voluntarismo. Las condiciones epocales
dependen de factores estructurales no elegidos por los actores sociales. Por
ello, es de advertir que la cultura posmoderna ha llegado para quedarse, nos
gusten o no los valores que ella vehiculiza. Y aquellos que queremos reinstalar
el peso de ciertos valores generales como la solidaridad o la autonomía
decisional (me incluyo entre ellos), deberemos asumir que estos valores no son
?naturales? y no hallarán ninguna imaginada espontánea reinscripción. Deberán
instalarse dentro del conflicto actual de las interpretaciones, y dentro de
formatos que los hagan interesantes y convocantes para los actuales estilos
?zapping? de percepción. Lo cual plantea -soy conciente de ello- no pocas
paradojas y perplejidades.
Pero lo peor sería ignorar la peculiaridad
cultural del presente en nombre de un ?deber ser? apriorístico según el cual la
modernidad racionalista era el modelo ideal, y habría que sostenerla
abstractamente contra lo presente. Ello no se haría cargo ni de los males
autoritarios que la modernidad conllevó, ni de su responsabilidad intrínseca en
la actual hegemonía de lo posmoderno. Y promovería el esperable rechazo frontal
desde quienes están atravesados por las actuales modalidades de percepción y
actuación (punto en el cual es muy útil el aporte de autores como Hopenhayn).
3.Otra cuestión asociada (cada uno de estos puntos no es analíticamente
independiente de los otros, sino son ?momentos? de una sola concepción global
que los implica): resulta imposible acabar con lo posmoderno a partir de solas
refutaciones teóricas.
Lo posmoderno depende de condiciones materiales
de existencia. El desarrollo científico y técnico, por un lado, y por otro el
cumplimiento histórico (fracasado) de la realización del progreso científico
como solución de los problemas sociales, y de la revolución social según el
modelo ofrecido desde la revolución soviética a todas las luego realizadas en
nombre del socialismo. Positivismo y marxismo, las dos grandes promesas
históricas de la razón surgidas del optimismo del siglo XIX, terminaron cercanas
al totalitarismo y la despersonalización. No quiero con ello afirmar que la
ciencia analítica y el marxismo no tengan cosas válidas que aportar actualmente:
es más, se notará la presencia de la dialéctica dentro del análisis que hago del
fenómeno posmoderno. Pero estoy aludiendo a la promesa histórica global, no al
valor explicativo de la teoría. Promesa que ?en cuanto al marxismo-podrá seguir
presente sólo en la medida en que sea capaz de reconvertirse a un modelo
histórico y cultural renovado (cosa para nada imposible, pero de ningún modo
trivial).
En todo caso, quiero enfatizar el enclave de lo posmoderno en
las condiciones concretas de vida, en las posibilidades de las actuales
tecnologías visuales, y en la destitución del ?yo centrado? moderno que ellas
conllevan. De modo que los reconocidos alegatos racionalistas de poco sirven, si
no advierten que se han agotado las condiciones históricas que hicieron posible
su anterior eficacia y hegemonía. Están obligados a asumir que la resolución de
esta temática es histórico-práctica antes que intrateórica. Y que en ese plano
habrá que admitir aquello que de ?destinación? (Vattimo) tiene el presente: no
serviría llamar a tirar cada día un televisor por la ventana. Tendremos que
escudriñar cuál es el lugar para sostener conceptos y valores en este mundo
regido por la estimulación visual permanente.
4.Es una muestra de
incomprensión de lo posmoderno, incluir allí autores como Foucault y Derrida. No
desconozco que esto es practicado por muchos que se autorreclaman posmodernos,
pero ello no quita la inespecificidad del rótulo. Lo posmoderno no es cualquier
tipo de desfundamentación, y menos aún de deconstrucción.
El
posestructuralismo, que incluye autores como los citados más Deleuze, y los
últimos Barthes y Lacan, es el que plantea el lenguaje autorreferenciado. Nada
de eso se ve en autores posmodernistas (Lipovertski, Lyotard, Vattimo, Rorty),
excepto parcialmente en Baudrillard, quien de cualquier modo enfatiza los signos
visuales y no los lingüísticos. Por otra parte, los posmodernistas escriben con
posterioridad al auge posestructuralista, aunque parcialmente hayan coincidido
en el tiempo (caso Derrida, quien sigue escribiendo mientras ya murió Lyotard).
El posestructuralismo produjo al máximo en los años setentas, el posmodernismo
en los ochentas y aún noventas. Y tal diferencia temporal no se dio sin motivos:
las condiciones de la cultura han sido disímiles en ambos momentos.
Los
autores de ambos ?subconjuntos? (que no son para nada grupos) han apelado a
temas parecidos (la diferencia, la guerra al todo, el ataque a la razón
universalista), y a las mismas fuentes (Heidegger, Nietzsche). Pero ello, desde
?momentos culturales? diferentes. En el primer caso, lo hicieron aún al interior
de la modernidad dentro de su espacio temporal de disolución última (por ello,
el talante áurico de su escritura, donde hay lugar para la crítica, donde se
quiere disolver desde ella la positividad cultural vigente). En cambio, para los
posmodernos, la caída de los ?grandes relatos? ya acaeció. No hay más talante
crítico-negativo, sino aceptación de la nueva chance histórica (Vattimo),
instalación dentro de las coordenadas donde se ha objetivado ya la cultura en
los hechos.
La mutua diferencia no es un matiz, sino que hace a la
intelección de la distancia entre el talante posmoderno y lo que he llamado
?modernidad negativa?, la cual constituyó la fase crítica necesaria al
predominio de la razón técnica en los diversos estadios de la modernidad (4).
Derrida y Foucault no pueden considerarse posmodernos no solamente porque no
hayan dicho serlo, sino porque sus teorías resultan incompatibles con las
específicas características propias de la posmodernidad (por ej., la insistencia
de Foucault en la noción de ?resistencia?, o la apelación de Derrida a Marx,
mientras en contraste Baudrillard pretende enterrar el legado del autor alemán
en El espejo de la producción).
Se advertirá hasta qué punto quienes
confunden a los autores de ambos ?momentos?, no han asumido una concepción clara
de las relaciones entre modernidad hegemónica, posmodernidad y ?modernidad
negativa?, y las mutuas relaciones entre ellas, dentro del decurso histórico que
ha desembocado en el presente.
5.La posmodernidad es un estilo cultural
de época, el posmodernismo un movimiento artístico y teórico que asume como
propios los valores de ese estilo cultural. El neoliberalismo, en cambio, una
estrategia ideológica para imponer determinados planes económicos. Por tanto,
posmodernidad y neoliberalismo son fuertemente diferentes, y por ello
precisamente no incompatibles, en tanto no buscan ocupar el mismo espacio.
La posmodernidad no ha sido fruto de acciones concientes que la
produjeran, aun cuando espíritus paranoides crean encontrar allí frutos de
enseñanzas erróneas y asaltos a la razón. En cambio, el neoliberalismo tiene
agentes y mentores muy precisos, y es una ideología explícita en oposición con
otras, aun cuando hoy se haya integrado en una especie de ?pensamiento único?.
Por cierto que ?como enfatizan los antiposmodernos- en ambos casos se
apoya valores individualistas. Pero ello no puede llevar a identificarlos
mutuamente, ni a pensar en una especie de suma simple de factores diversos.
Entender la mutua implicación de los dos fenómenos, requiere su previa
distinción analítica estricta. De lo contrario, despliegues diversos en su
amplitud y su espacio de eficacia son mezclados o superpuestos.
Lo
posmoderno es el ?suelo? cultural en que nos toca actuar. Oponerse simplemente a
él sería por completo estéril. Pero habrá que estipular cómo actuar en él si es
que queremos sostener valores que hemos heredado de la modernidad (justicia,
libertad, etc.) . El neoliberalismo atenta contra esos valores, y halla en el
suelo de la cultura posmoderna un buen humus para limitar la capacidad crítica y
las actitudes de resistencia. Pero nuestra oposición al neoliberalismo no podría
plantearse también contra lo posmoderno, sino dentro de lo posmoderno, aún
cuando se pretendiera cambiarlo o trascenderlo. Ello implica todo un programa en
cuanto a las formas de reconstitución de los procedimientos de convocatoria y de
práctica política alternativos a lo hoy dominante.
La confusión entre
neoliberalismo y posmodernismo poco ayuda a que nos entendamos, aún cuando
existan quienes adhieren a ambos a la vez. Se requiere quitarse de encima esa
identificación lisa y llana, para que podamos a partir de la distinción advertir
las articulaciones, que de hecho sin duda existen. Las he trabajado
explícitamente en un texto dedicado al tema (5). Pero a menudo la confusión se
establece a partir de la idea de que lo posmoderno no es un suelo cultural
compartido, sino exclusivamente una toma de partido asumida, lo cual expone una
fuerte incomprensión de la densidad de época que se da en el fenómeno.
Y
last but not least, personalmente creo que hace ya tiempo que se ha producido un
?fin de fiesta? en lo posmoderno (6). Y que del ?todo vale? es fácil derivar al
?todo da igual?, entendido ahora en el sentido más trágico. Hay vacío de
normatividad en la sociedad posmodernizada. Comparto esta idea central, sólo que
entiendo que la recomposición normativa no podría hacerse con pretensiones de
universalidad y unicidad que hoy resultarían simplemente anacrónicas. Pero de
ningún modo creo que lo posmoderno implique simplemente un alivianamiento
aproblemático de la experiencia. Se ha estudiado bien las nuevas formas de
sufrimiento y de angustia que asolan a la cultura ?light? (7)
Tal vez a
partir de todas estas precisiones llegue la ocasión de un diálogo de otro tipo
con los autores ?racionalistas?, que no se base en la simple descalificación que
suelen hacer de lo posmoderno. Así, tal vez llegue la ocasión en que muchos
autodeclarados ?depositarios exclusivos de la razón? puedan asumir que el giro
crítico sobre la razón es un movimiento interno al decurso de la razón misma. Y
que para que Nietzsche pudiera hacer sus imprecaciones contra la mentira que
habita en la noción de conocimiento desinteresado, fue necesario que se
constituyera definidamente como un ilustrado (8). Sólo puede haber crítica de la
Ilustración gracias a la consumación de la Ilustración, y una y la otra no se
oponen simplemente. Por ello, se equivocan aquellos que niegan a quienes
sostenemos la vigencia de lo posmoderno, el derecho a hablar en términos de
emancipación: bajo nuevos casilleros culturales, la posmodernidad se revela como
hija y continuadora inalienable del legado de la modernidad.
(*)Profesor
de grado y posgrado, Fac. de Ciencias Políticas y Sociales, Univ. Nacional de
Cuyo (Mendoza, Argentina)
Notas y referencias
(1)Sobre todo
nuestro libro Modernidad y posmodernidad: una óptica desde América Latina,
Aique/Rei/IDEAS, cap. 1. También J.Jaramillo: Modernidad y posmodernidad en
Latinoamérica, Centro de Escritores de Manizales, Colombia, 1995
(2)Ver
F.Jameson, El giro cultural, op.cit.
(3)Heidegger, M.: ?La época de la
imagen del mundo?, en M.Heidegger: Sendas perdidas, varias ediciones
(4)Mi texto Modernidad y posmodernidad: una óptica..., op.cit
(5)?Inflexión posmoderna y calamidad neoliberal?, en J.Martín-Barbero y
otros: Cultura y globalización, CES/Univ. Nacional, Bogotá, 1999
(6)Follari, R.: ?Lo posmoderno en la encrucijada?, en R.Follari y R.Lanz
(comps.): Enfoques sobre posmodernidad en América Latina, Sentido, Caracas,
1998. ?Inflexión posmoderna: final de fiesta? es el subtítulo de página 139.
(7)Rojas, M. y Sternbach, S.: Entre dos siglos (una lectura
psicoanalítica de la posmodernidad), Lugar edit., Bs.Aires, 1994
(8)Ver
la interpretación antideconstruccionista de Nietzsche sostenida por M.Cacciari
en su libro Desde Nietzsche. Tiempo, arte, política, Biblos, Bs.Aires, 1994